sábado, 20 de abril de 2019

El cielo se cae

Una mañana fresca y agradable Dave y Mariam emprenden su añorada luna de miel. Su destino resulta por demás incierto, sólo piensan tomar la carretera principal, para verse envueltos por pueblos que no figuran en el mapa. Cualquier otro matrimonio hubiera elegido un país, un condado en específico, pero no ellos. Su único deseo es poder estar juntos, tanto tiempo como sea posible en compañía y presencia del otro. 

Suben al coche azul marino que tanto esfuerzo les ha costado comprar. Sus ojos se encuentran y sonríen al otro. El amor fluye en sus miradas, tanto que parece tangible, como si una especie de lazo fantasmal los uniera.

El viaje es tranquilo, Mariam observa con una sonrisa boba a quien hacía muy poco tiempo, la había desposado. En su mente se repite aquel precioso día, único por siempre. Están en un campo, a las afueras de la ciudad donde residen. El verde es quién prima en la vastedad del recinto. Muy pocas personas fueron partícipes de la unión. Quizá menos de 100 invitados, pero todos ellos son y fueron parte de la historia que los envolvió. Dave la observa, siente el mismo amor y deseo que sintió cuando la vió por primera vez detrás de una pantalla. Su cuerpo tiembla de regocijo, mirá el anillo que porta en el dedo anular, y no logra entender cómo y cuándo la vida/destino, cambió todo lo conocido.
Mariam nota como Dave posa sus ojos en el anillo, y con un chistido para alcanzar su atención, alza su mano y exhibe el anillo que ella porta. Él levanta la vista y le envía un beso, ella lo recoge y sonríe; espera que en algún momento logren encontrar un lugar para descansar, allí piensa llenarlo de besos y abrazos… 

Esa mañana comienza por oscurecer, una gran tormenta se aproxima en el horizonte, ella siente un mal presagio. Ignora el porqué, el cómo, sólo es algo que muy dentro de ella dispara una gran alarma en su cerebro. Siente que ya no es la misma; siendo extraña en su propio cuerpo. Dave parece desaparecer delante de sus ojos, volviéndose traslúcido por momentos. El pavor que siente cuando nota una simple silueta negra al volante, con ojos rojos escarlatas supurando azufre, una malévola sonrisa con dientes corroídos por el tiempo llega a revolverle el estómago.

Observa víctima del pánico como una garra afilada se acerca lentamente hacia su garganta; petrificada y sin poder hablar, Mariam cierra los ojos y cuenta hasta 10; al abrir nuevamente los ojos, vé la figura negra riéndose, supurando una sustancia negra como el alquitrán. Una hilera extensa de dientes pútridos, abren y cierran la boca. Ella mirá su cuerpo y nota que está perforada en el hombro. Nota su carne y huesos, siente un olor nauseabundo impregnarse dentro del coche. Intenta cerrar por segunda vez los ojos, pero cuando está por lograrlo, una mano fría la mueve de un lado a otro; la figura oscura que alguna vez fuera Dave, rompe en un estallido de risa burlesco. Emplea un lenguaje que a ella le resulta desconocido, antiguo y perdido. Desconcertada, intenta abrir los ojos, pero siente que los tiene cocidos. Una especie de baba espesa le quema las mejillas. Mariam despierta agitada, mientras Dave la tiene entre sus brazos.

Parados junto a la carretera y una lluvia incesante, ella nota la desesperación en los ojos de su marido. Escucha el retumbar su corazón, lo siente cuando él la abraza con fuerzas y besa sus labios. Aquello que le apresaba sus ojos era la máscara para dormir, sin darse cuenta había caído rendida entre los brazos de Hipnos. La baba que parecía quemarla era el agua caída del cielo.

Abrazados con fuerza mientras los truenos suenan, Dave y Mariam, deciden volver al coche. No hablan, no se miran, sólo callan y siguen su trayecto. Una bruma de irrealidad los envuelve, todo el ambiente se encuentra cargado, como si estuviera preparándose para un desenlace fatal. Sus miradas se cruzan cuando enciende el motor, un extraño ruido se escucha dentro del mismo. Sus ojos transmiten desesperación, miedo e incertidumbre. Dave parece estar ajeno a todo, perdido y vagando dentro de su propia cabeza. Dave alza su vista y la mira, Mariam lo observa con la cara contraída, ensimismada y con preocupación. Quizá fuera por miedo, por falta de valor o la maldita calma que parece inundar la carretera del pueblo de Sillot’s. Las granjas que adornan los costados del lugar, parecen apagadas, tetricas, sin vida. Las hectáreas que otrora pudieron haber estado florecientes de diversos vegetales, hoy son yermos y grises.

Pequeñas farolas de luces frías los acompañan durante el trayecto. Mariam saca los dos últimos cigarrillos de la cajetilla y los enciende en simultáneo. Le entrega uno a Dave sin mirarlo, él con pesadumbre lo coge y lo fuma lentamente. Algo dentro suyo sabe que será la última vez que se verán las caras. Luego de este día, todo habrá terminado… Mariam se niega a mirarlo, pero sin poder controlar sus ojos, se encuentra viéndolo de reojo. Nota como lágrimas corren por la mejilla de él que, impávido no gime ni se lamenta. Simplemente ve hacia el horizonte con la vista clavada al frente. La lluvia sigue cayendo con más fuerza, volviendo imposible continuar por momentos, el coche patina unas cuantas veces, es algo leve, pero los hace detenerse al costado de la carretera.

 Dave saca la manos del volante y busca las de Mariam, ella entrega sus manos las cuales por el nerviosismo están empapadas y frías… él no logra articular una palabra, su lengua se rehúsa a cooperar, ella espera que rompa el silencio, que la bese, pero ninguno hace nada. Ambos se miran a los ojos, y luego a las manos. Ven las alianzas pegadas, brillando a la luz de las trémulas farolas.

La lluvia se apacigua, deja que puedan avanzar y siguen el camino emprendido, el condado de Sillot's, parece cobrar algo de vida, unos cuantos coches patrullas avanzan a toda velocidad junto a ellos, una columna de humo se distingue en el opaco cielo. Dave supone que todo es producto de un accidente, con toda el agua que cae del cielo, no sería extraño que se produjera un siniestro de esas magnitudes. Ella mirá por la ventanilla, buscando nada y todo en el paisaje, siente unas irremediables ansias de fumar, sabe que él también lo quiere, nota como muerde una y otra vez su labio inferior, y el nerviosismo de sus dedos cuando cambia la marcha del coche. A lo lejos, quizá un kilómetro, se levanta una estación de servicio, parece estar en funcionamiento, al menos las luces que adornan la gaceta y los surtidores dan esa impresión. Pero un nuevo presentimiento de que, algo malo sucederá, paraliza por completo su corazón.

Los sucesos siguientes ocurren en cámara lenta. Ve a Dave encender la radio, y como marca el tempo de la canción que suena, le es familiar. Es una canción suave, triste y melancólica, ¿habla sobre el desamor? No lo puede saber con certeza, pero algo le dice que no. Daría la impresión que se trata más bien del distanciamiento entre dos personas. Cuando todo llega al final y no hay reproches por decir. Dave escucha con atención como la radio escupe la letra de What’s left, de la banda estadounidense 3 Doors down. Piensa en las fotos que ambos se han sacado, el ticket del primer café que bebieron el día de su primera cita, como sus sentimientos fueron potenciados desde aquel día que hoy, parece tan lejano en el tiempo, pero lo cierto es, sólo han pasado 450 días en total. Sin percatarse, sin darse cuenta de nada, Dave está fuera del coche, caminando a paso lento hacia la gaceta de la estación de servicio. No sabe para qué, no puede parar sus pies; ya no es él quien gobierna su cuerpo. Gira la cabeza para dónde está el coche apagado, con todas las luces encendidas. Busca con los ojos a Mariam, pero no la encuentra allí, un reguero de sangre marca el camino hasta detrás del coche; allí tendida en el suelo, puede ver la figura de una persona, quizá una mujer, lo intuye por el vestido largo que lleva puesto hecho trizas. Una larga cuerda trenzada se encuentra atada al cuello, quiere ver mas, saber si se trata de su mujer, pero el ruido de unas campanillas lo toma por sorpresa. Está dentro del establecimiento, mirá por última vez hacia dónde está el coche, y puede verla, ella le sonríe y de forma lasciva mueve la lengua de lado a lado. Atónito y sin saber qué hacer, mirá al dependiente del establecimiento, quién con curiosidad malsana sonríe. Dave se encuentra confuso, no recuerda haber salido del coche, las imágenes de haber arrastrado una mujer por la carretera se mezclan con lo que él asume realidad. En un intento por recobrar la compostura, el juicio si es que ya no lo perdió por completo, comienza por buscar la cajetilla de cigarrillos, pero las exhibidas no le son familiares en lo absoluto. Ninguna de esas marcas las vió por otro lugar, ni tampoco en internet. Cree que se tratan de cigarrillos regionales, quizá sólo consumen sus propios productos, pero no recuerda si en el trayecto vió tabacaleras, pero realmente no puede estar seguro de nada. Coge una cajetilla de 20 cigarrillos rubios mentolados, prometen ser de otro mundo. Abre el paquete y los huele, la fragancia a menta es muy fuerte, por demás quizá. El dependiente levanta la vista y con un gesto lo invita a probarlo. Del mostrador pende un Zippo, Dave se acerca y juega con la tapa. Lo abre y cierra, el anciano dependiente sólo sonríe y deja al descubierto unas encías podridas. La mueca de una sonrisa radiante de blancura es opacada, un abismo negro es en cambio quién lo observa. Prende el Zippo, acerca el cigarrillo a el e inhala el humo, se siente bien, piensa para sus adentros, es relajante volver a fumar. Una densa niebla rodea el lugar, fuera no logra verse nada, salvo las luces del coche. El dependiente pone una lapicera y una hoja inmaculada blanca sobre el mostrador, luego de eso desaparece detrás de una puerta. Dave queda solo, aguardando que regresé, pero pasan los minutos y nada sucede. Escribe una breve nota para él y deposita $5 encima.

Sale por la puerta y camina con el cigarrillo metido en la boca. Ella parece estar impaciente, toca la bocina una y otra vez a medida que él se acerca. Se demora un tanto para llegar, la neblina dificulta por demás saber dónde lo dejó estacionado, pero el ruido de la bocina lo guía. Ciegamente camina con pasos seguros, sabe que está muy cerca, toma el pasador del coche y entonces, algo lo choca. Lo lleva arrastrándose en el parachoques. Dave levanta la vista y observa cómo Mariam y el anciano dependiente, le sonríen y se besan con lujuria. Estallan en una amarga risa cuando él nota que están cayendo al vacío. Caen con rapidez a un abismo negro, oscuro y sin vida.

Mariam despierta luego de que Dave cierra con fuerza la puerta del conductor. Lo ve caminando lentamente, sin ánimos y cabizbajo. Sus pies van arrastrándose por el camino de concreto. La lluvia va mojando su cuerpo entero. Parece no notarlo, como si se encontrara ajeno a todo. Se da vuelta en seco y la observa, sus miradas se encuentran, pero ella no logra ver vida en sus ojos, están apagados, fríos y negros.
 
Ella levanta una mano y lo saluda, como lo hizo a lo largo de sus comunicaciones por Skype, cuando ambos se encontraban a cientos de kilómetros. Él gruñe, mueve la cabeza en señal de negación. Levanta sus manos y las deposita en el cuello simulando estrangular algo o alguien...  Mariam baja la vista, y ve que ya no tiene su alianza, ha desaparecido en algún momento. Sólo queda una vaga línea blanca sobre el dedo anular, no mucho más que eso.
Siente miedo de observar para dónde se fue Dave, pero debe hacerlo, quitarse la sensación de irrealidad, como la que ya tuvo hacía unos cuantos kilómetros atrás. Él está entrando, vuelve a ser normal, la saluda desde la entrada enviándole un beso. Extrañada lo intercepta en el aire. Él espera que se lo devuelva, ella lo sabe, pero duda, para cuando él está de espaldas, Mariam logra reunir fuerzas, pero es tarde, Dave se encuentra con el dependiente. Un joven de unos quizá 30 años, cabello oscuro, lentes y una piel blanca, demasiado para ser sinceros. Observa como Dave va de un lugar a otro, tomando de la estantería un whisky, condones, una revista erótica y luego un hacha. Ambos hombres parecen llevarse bien, como si fueran viejos conocidos. Dave señala con la cabeza para dónde está el coche, el joven mira con calma y asiente. Una mirada cómplice existe entre ambos, Mariam lo sabe, y presiente lo peor. Busca bajarse del coche y correr lejos, pero la puerta se encuentra trabada. Busca las llaves del coche, pero tampoco están metidas en el interruptor, ni tampoco el juego provisorio que llevaba en la cartera. Víctima de la desesperación, jala una y otra vez el pasador, buscando salir de allí, pero sus intentos son en vano. Dave y el joven estallan en risas mientras la observan forcejear con la puerta del coche.

Mariam sigue insistiendo con salir, pero nada da resultado. Cree que se encuentra en una pesadilla, lo siente de esa manera, pero todo es tan real, tan vívido que no tiene dudas, Dave se ha vuelto loco. Buscará asesinarla si ella no logra salir del vehículo. Presa del pánico busca nuevamente su cartera de viaje, revisando una y otra vez en los bolsillos internos y externos la llave provisoria, pero no da con ella, él se la ha llevado. Con lágrimas en sus ojos, tira la cartera contra los asientos traseros y la llave cae contra su muslo derecho. Con el movimiento de lanzar la cartera había bajado el espejo del acompañante, allí colgaba un pedazo de cinta negra a medio arrancar. Las llaves están pegajosas, por el pegamento de la cinta. Toca el botón para desbloquear los seguros, y abre la puerta. Dave está sentado en una de las mesas de la pequeña cafetería del lugar, escribiendo sobre una hoja. El dependiente ha cambiado, ahora es un anciano carcomido por los años. No logra saber qué tipo de conversación tiene con Dave, pero es obvio que una conversación existe. Él levanta la vista cada tanto y lo mira fijamente, al anciano parece no preocuparlo mucho, simplemente le sonríe y fuma un cigarrillo. Mariam observa todo con extrañeza, no da crédito a todo lo que sucede. Dave parece mucho más viejo, canoso y con la barba larga de hace meses, el pelo totalmente alborotado.

Ella reúne la poca cordura que tiene y camina con paso apresurado hacia la puerta del lugar. La lluvia cae con lentitud, garúa con calma.
Mientras ella se va acercando, puede ver como Dave se acerca hasta el dependiente y le entrega una hoja de papel doblada en dos. Intercambian unas cuantas palabras breves y el anciano señala con la mano un lugar que ella no logra ver. Dave desaparece, ella lo pierde  de vista. Mariam toma el pasador de la puerta y la abre, dentro el lugar es cálido, huele a jamón serrano, especias y humo de cigarrillo. El anciano le sonríe y deja depositado el papel que Dave le entregó, luego da media vuelta y desaparece por una puerta. Mariam no sabe qué hacer, qué decir, sus pies se encaminan para el mostrador, sus manos descienden hasta el papel y lo pliegan. Escrito con la misma letra horrorosa de su marido, unas cuantas palabras sin sentido están escritas. Sus ojos se niegan a entenderlas, carecen de validez y significado. Se esfuerza por intentar comprender, y no logra hacerlo. Siente que los ojos se le empañan de lágrimas, ellas se encargan de impedir que lea el último rastro de Dave.
Querida mía: Lo siento… no puedo hacer esto, te amo mucho. No me odies jamás.
            Por la eternidad tuyo, Dave.
Sólo unas esas líneas, una cuantas y míseras palabras le dejó. Rodeó el último tramo de las estanterías donde perdió el rastro de Dave, pero allí no había nada, solo una pared de concreto, sin puertas, sin ventanas, sin nada.
Mariam no podía pensar, no quería pensar. Su corazón partido en dos retumbaba en el pecho. Dave la había abandonado para siempre, y sin saber cómo.

Sale sin saber cuándo ni porqué, pero está al volante del coche, llorando a mares, mientras lo busca con la mirada. El cielo parece entender su pesar, su lamento… llora junto a ella, riega sobre el pueblo perdido y abandonado, el lugar al que jamás debieron de entrar. Está será su prisión, no podrán salir de alli nunca, jamás. Morirán en la locura que envuelve toda esa parte maldita del país.

Dave está junto a ella, sentado en el asiento del copiloto, pero no logra ver nada; Mariam a desaparecido y él cae dentro del abismo. Ella no arranca el coche, no logra ponerlo en contacto, está luchando contra el miedo de encontrarse sola nuevamente contra la bestia oscura. Está le sonríe y se lanza por ella…
Dos semanas después, un granjero que se aventuró hasta las proximidades de Sillot's, dió el aviso a los policías del condado. Había encontrado un coche detenido en la carretera con sus dos ocupantes muertos. La mujer parecía haber muerto por estrangulamiento, el joven tenía clavadas las llaves del coche en sus ojos.

Autor: David E. Martínez

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